miércoles, 6 de abril de 2016

José de Espronceda




"Con diez cañones por banda...". Estoy seguro de que a más de uno se le viene automáticamente a la cabeza lo que sigue. Este verso pertenece a ese poema obligado que todos aprendimos en el colegio: La canción del pirata, de Espronceda, quizás nuestro primer contacto con este bello arte.

Pero Espronceda no se dedicó única y exclusivamente a la poesía; fue mucho más allá, llegando a escribir varias comedias e incluso dramas históricos, como Blanca de Borbón (1923) o Sancho Saldaña: o el castellano de Cuéllar (1834).

Nacido en Almendralejo en 1808, José de Espronceda es considerado el poeta romántico español por antonomasia, con una poesía influida por la lírica de Lord Byron, principalmente, y la de Walter Scott.

Pero además de a las letras se dedicó a la política y a la creación, junto a sus amigos Ventura de la Vega y Patricio de la Escosura, de una sociedad secreta: Los Numantinos, como venganza por la ejecución del general Riego. Con respecto a la política, tuvo una trayectoria muy prometedora, interrumpida únicamente por la muerte súbita que le llegó el 23 de mayo de 1842, a la edad de treinta y cuatro años, por difteria.

Las letras más representativas del poeta fueron El estudiante de Salamanca (1840), un poema de 1.704 versos que narra el mito de Don Juan Tenorio y El diablo mundo, inacabado y publicado entre 1840 y 1841, siguiendo el sistema de novelas por entregas.


Canción de la muerte

Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.

Isla yo soy del reposo
en medio del mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.

Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.

Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.

En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.

Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.

Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus glorias,
y mentira su ilusión.

Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.

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